Mas peligrosa aún que la ausencia de crítica es la forma como se llena este vacío; de ser un espacio para la reflexión sobre los artistas y el medio artístico, una columna de crítica puede derivar fácilmente en una instancia de validación para quien la escribe: la serpiente se muerde la cola, y la columna sirve para posicionar al crítico. El infame Roosevelt aconsejaba: »hable suave, y cargue un gran garrote«. Una perversa inversión de esta máxima parece ser la consigna de mucha crítica reciente, que tras el parapeto del »hablar duro« esconde prejuicios - en su sentido, recordemos, de juicios a priori - que impiden una justa valoración de lo que se reseña. A menudo se dice, citando a Marta Traba, que la crítica debe ser destructiva; pero en el contexto de ese artículo (crítica destructiva; la reacción y saber decir que no, Revista Estampa, 1960), Marta Traba utiliza la expresión para referirse a aquella crítica que se opone a »la actitud benéfica, paternalista y conciliatoria« de la llamada crítica »constructiva«, que todo lo absuelve y lo redime teniendo en cuenta nuestra irreparable mediocridad y considerándonos como débiles mentales que, en este continente subdesarrollado, »hacemos lo que podemos«.
Pero si la posición de »comentarista cultural« no es suficiente, la diatriba tampoco es un camino éticamente viable. La crítica debe explicitar una posición personal frente a un tema específico, y debe servir como instancia de control tanto para el artista como para el público. Esta posición incisiva se sustenta en un análisis profundo del sujeto de su estudio, y no se enfoca en aspectos superficiales o anecdóticos para de allí desarrollar un argumento: hacen falta mas nueces y menos ruido.
Ante la ausencia de espacios institucionales para publicar, a la crítica puede quedarle otro camino: generar sus propios espacios. En muchos países la respuesta de los artistas frente a la excesiva rigidez de los espacios institucionales ha sido la creación de espacios regidos por artistas para los artistas; esta estrategia puede funcionar para la crítica: una reflexión sobre el quehacer artístico que circula, incestuosamente, entre el medio del arte y quienes gravitan en torno a él, y que no tiene como prioridad el llegar al »gran público«.
En Colección de arena, recopilación poco conocida de notas críticas sobre exposiciones, Italo Calvino se suma a la larga tradición de la crítica de arte como creación literaria. El libro habla de exposiciones presentadas en Europa, especialmente en Francia e Italia, durante las décadas del 70 y 80, en un lenguaje a la vez poético y accesible (algo que habitualmente le falta a la crítica de arte). En El libro de arena, Borges muestra la posibilidad infinita de lectura de un hipotético libro cuyas páginas se deshacen al contacto con la mirada, puesto que jamás lector alguno podrá volver a encontrarlas. También advertía en Pierre Menard, autor del Quijote: »censurar o alabar son operaciones sentimentales que nada tienen que ver con la crítica«.
Columna de arena es un espacio de crítica que existe fuera de los espacios habituales, y que se disemina a través del fax y el correo electrónico. Una columna de arena es un soporte precario: en su imposible solidez radica el poder seductor de esta imagen.
Bogotá, mayo de 1998
El logotipo de Columna de Arena fue diseñado por Antonio Caro, quien ha sido figura central en el arte colombiano desde los setentas, paradójicamente desde una posición marginal. Su muy conocida obra »Colombia« (colección del Museo de Arte Moderno de Bogotá) alude a una ambigua posición nacional que se debate entre la glorificación de los referentes culturales norteamericanos y su rechazo velado o irónico. Caro ha continuado su trabajo periférico a los discursos modernistas que animaron buena parte de la discusión del arte colombiano hasta fines de los ochentas. Su obra será incluída en la exposición que está siendo organizada por el Queens Museum of Art de Nueva York »Arte Conceptual: puntos de partida«. Vive y trabaja en Bogotá.
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